Escuela Cuzqueña

La célebre escuela de pintura cuzqueña o pintura colonial cusqueña, se caracteriza por su originalidad y su gran valor artístico, los que pueden ser vistos como resultado de la confluencia de dos corrientes poderosas: la tradición artística occidental, por un lado, y el afán de los pintores indios y mestizos de expresar su realidad y su visión del mundo, por el otro.

Arte y Evangelización Quinta Parte



El Programa de Sucedió en el Perú nos ha dado una amplia explicación la relación de la labor evangelizadora en tiempos de la colonia y sus manifestaciones atísticas, donde vemos que pese a la labor evangelizadora de los colonizadores, las costumbres propias de los pueblos no pudieron ser abolidas, costumbres que vemos en algunos pueblos hasta la actualidad.

Arte y Evangelización Cuarta Parte




La figura de la Madre de Jesús, jugo un papel importante en la evangelización , la cual se propago rapidamente por los pueblos como nos lo dice el historiador Jaime Mariazza.

Asi como la importancia relevante de Santa Rosa de lima que nos explica en este documental el historiador Ramon Mujica.

Arte y Evangelización Tercera Parte

La escultura de la muerte, y pinturas acerca de ella son de gran impacto en la epoca, incluso para sus propios credores.

Arte y Evangelización Segunda Parte

Durante la era colonial fue una gran consumidora de arte, eran escuelas graficas de evangelización.

Arte y Evangelización Primera Parte

Junto con la conquista del nuevo continente se planteaba la asimilación de los pueblos nativos a las pautas culturales de los colonizadores, proceso que en esa época se identificaba con la adopción de la religión cristiana considerada la única verdadera.
La formación de la iglesia católica fue un proceso inseparable de la empresa conquistadora.


Pintura



La adoración de los Reyes Magos, pintura anónima realizada entre 1740 y 1760, perteneciente a la Escuela cusqueña de pintura. Es una representación mestiza de una célebre pintura de Rubens.

En la etapa inicial del virreinato la pintura recibió, aparte de la evidente influencia española, una determinada influencia italiana, debido a la llegada de muchos artistas de ese país al Perú. El primer italiano en llegar fue el jesuita Bernardo Bitti, quien desde 1575, difundió su obra por todo el virreinato, a pesar de que su taller se encontraba en Lima. Con la llegada de Bitti se produce la época de mayor auge de la influencia del renacimiento italiano en el virreinato. Junto al maestro jesuita Bernardo Bitti destacan, dentro de la corriente italiana llegada al Perú, Mateo Pérez de Alesio y Angelino Medoro.

Con los años la influencia del barroco llegó al virreinato peruano con las pinturas encargadas por el convento de Santo Domingo al gran pintor sevillano Miguel Güelles. Sus obras reunidas bajo la serie La muerte de Santo Domingo tuvo un impacto profundo en el medio limeño, pues su naturalismo e idealismo fueron las características comunes en las pinturas locales del siglo XVII. En este siglo la proliferación de aristas españoles propició la apertura de varios talleres no solo en Lima, sino también en las principales ciudades del virreinato peruano. Estos talleres tuvieron en Zurbarán (artista español, 1598-1664) uno de sus principales referentes. Muchos de sus cuadros fueron copiados o sirvieron de molde para nuevas producciones. De igual manera, algunas de sus obras llegaron al Perú y fueron motivo de orgullo y satisfacción para la orden religiosa que lo había encargado (En Lima algunas de sus obras se pueden apreciar en el iglesia de la Buena Muerte).

En el siglo XVII, surgió una pintura mestiza, cuya máxima expresión sin duda se dio en el Cuzco; convirtiéndose así en uno de los referentes pictóricos más importantes del virreinato. La presencia de Bernardo Bitti (1583-1585 y 1596-1598) en el Cuzco tuvo un gran impacto en la plástica cusqueña. Sin embargo, a pesar de que el "movimiento italiano" fue base para muchas de las obras producidas en esta ciudad, lo cierto es que se empezó a dejar elementos y a incorporarse otros propios de la región. En otras palabras, se desarrolló con los años una personalidad y lenguaje diferenciado que sin duda reflejan la personalidad de los pintores (la gran mayoría andinos y mestizos) y también cual era su base de inspiración (fue Rubens el artista predilecto por los talleres cusqueños), dando así lugar al estilo denominado “Escuela Cuzqueña“; que se caracteriza por el colorido brillante y profusa riqueza de los retratos y marcos. Sus principales representantes fueron: Diego Quispe Tito, Basilio de Santa Cruz Pumacallao, Juan Espinoza de los Monteros, Marcos Zapata, Basilio Pacheco; aunque la mayoría de los obras de esta escuela es de artistas anónimos fueron los verdaderos impulsores de la corriente cusqueña pues a su trabajo le añadieron los elementos propios de la cultura local.

Durante el siglo XVIII, Lima continuó produciendo pinturas barrocas de gran influencia hispana. Sin embargo el arte ya no fue exclusividad de la iglesia. La corte virreinal y la nobleza tuvieron acceso a la pintura a través de los retratos. Estas pinturas eran más festivas y con un lenguaje pictórico mucho más profuso que el del siglo anterior. Las pinturas de Cristóbal de Lozano y Cristóbal de Aguilar son las más afamadas, pues retrataron a los virreyes más importantes del siglo de las luces.

Fuente:

http://wapedia.mobi/es/Virreinato_del_Per%C3%BA?t=6.

Las órdenes religiosas

Dominicos

La Orden de Predicadores fue la primera en llegar al Perú con fray Vicente Valverde en 1532 (destacada actuación en la captura del inca Atahualpa y primer obispo del Cuzco). Su primer convento lo construyó sobre el templo inca del Coricancha, (Cuzco); fundó en Lima la Universidad de San Marcos (1551), e implementó inicialmente el tribunal de la Santa Inquisición. Destacó por su defensa de las poblaciones andinas, siguiendo la lucha del fraile dominico Bartolomé de las Casas, y por su gran labor de adoctrinamiento de las poblaciones indígenas (fray Domingo de Santo Tomás fue la primera persona en estudiar el quechua).

Franciscanos

La Orden de Frailes Menores llegó al Perú en 1533, dedicándose especialmente a las misiones, es decir, a la difusión del Catolicismo en el virreinato. Llegó a instalar conventos en Arequipa, Huamanga, Trujillo, Chachapoyas y otras ciudades (construyeron el Convento de Ocopa, en Huancayo). Fue una de las órdenes que más trabajó con misiones a las inhóspitas regiones de la selva.

Mercedarios

La Orden de la Merced (mercedarios) llegó al Perú en 1533 y su centro de operación fue la ciudad de Lima. Explotó bienes inmuebles incursionando en las haciendas y otro tipo de negocios (repartimientos, encomiendas). Logró controlar la Santa Inquisición desde mediados del siglo XVIII.
Agustinos

La Orden de San Agustín arribó en 1551 y se instaló en Lima y en varias partes del virreinato peruano, principalmente en la Sierra, extendiéndose incluso hasta el Alto Perú (actual Bolivia). Tomaron a su cargo el célebre santuario de Copacabana, a orillas del Lago Titicaca, a partir del cual predicaron con gran eficacia la doctrina católica a las poblaciones indígenas de sur andino.

Jesuitas

La Compañía de Jesús llegó al Perú en 1568, como una organización moderna y poderosa, al servicio de la Contrarreforma, es decir, a la lucha contra los protestantes europeos. Con ese antecedente, tuvo gran empuje en su labor misional en el Perú, asumiendo con gran éxito la administración de haciendas y fundando multitud de colegios (también incursionaron en el estudio del quechua, además del aymará). Con los años, esta labor adquirió gran prestigio e influencia en los ámbitos políticos, culturales y económicos locales. Los jesuitas fueron expulsados por España y sus colonias por orden de Carlos III (1768), preocupado por el poder que ejercían y las posiciones sobre las libertades políticas que dejaban entrever. Esto constituyó un rudo golpe para la cultura y economía del virreinato.

Fuente:
http://wapedia.mobi/es/Virreinato_del_Per%C3%BA?t=5.

La Iglesia En El Perú

La arquidiócesis de Lima y su primer arzobispo, fray Jerónimo de Loayza

La primera diócesis del Perú, la del Cuzco, cuyo obispo fue fray Vicente Valverde, abarcaba prácticamente todos los territorios conquistados conocidos en aquella época. Un territorio inmenso y difícil, cuyo cuidado pastoral era desproporcionado para las fuerzas evangelizadoras de que se disponía. Por ello, con el fin de facilitar la labor evangelizadora, Francisco Pizarro y el mismo obispo Valverde solicitaron a Carlos V que se procediese a la división de la diócesis cuzqueña en tres obispados. El Rey se lo pidió al Papa, de acuerdo al régimen del Patronato. De este modo, Pablo III creó el 4 de mayo de 1541 las diócesis de Los Reyes (Lima) y Quito, reduciéndose considerablemente el territorio de la diócesis del Cuzco.

Aun así, siguieron siendo diócesis de enorme extensión. La del Cuzco incluía a Chile, y la de Lima llegaba por el Norte hasta Trujillo y parte de Piura, por el Sur hasta la ciudad de Arequipa y por el Oriente desde Chachapoyas hasta Huamanga (actual Ayacucho). Este es el territorio que tuvo que gobernar pastoralmente el primer obispo de Lima, fray Jerónimo de Loayza, de la orden de los dominicos.

Loayza, quien había nacido en Trujillo de Extremadura (España) en 1498, entró en Lima el 25 de julio de 1543. Era trabajador y disciplinado en el cumplimiento de sus obligaciones, y juntaba a la energía y firmeza de carácter una personalidad afectuosa y persuasiva. Tenía las cualidades necesarias para salir adelante en su cargo en aquella época agitada de la Conquista.
El 16 de noviembre de 1547 la diócesis de Lima fue promovida a arzobispado. De ella dependían en cierta manera las diócesis de Cuzco, Quito, Popayán, Tierra Firme y Nicaragua, y las que fueron apareciendo posteriormente: Asunción, La Imperial, Santiago de Chile y Charcas.



La extirpación de las idolatrías

Hacia fines del siglo XVI y comienzos del XVII imperaba un gran optimismo entre las autoridades eclesiásticas y civiles del Virreinato, puesto que pensaban que la tarea de la evangelización ya estaba realizada y que los indígenas habían adoptado del todo la fe cristiana. Las vocaciones religiosas y sacerdotales iban en constante aumento, mientras que no faltaba lugar de la geografía peruana adonde no hubieran llegado los misioneros. Por todas partes había signos visibles de la implantación de la fe: capillas, ermitas y cruces (sobre todo en los lugares altos, cerros, etc.). Por otra parte, no había resistencia por parte de los pueblos indígenas frente a las exigencias de la nueva fe, y respetaban a los sacerdotes y a quienes representaban lo cristiano. Aparentemente, el paganismo había sido eliminado del Perú.

Sin embargo, la obra evangelizadora todavía no estaba consumada. Así lo demostraron unos descubrimientos hechos entre 1607 y 1610 en las cercanías de Lima. Todo comenzó cuando el criollo cuzqueño Francisco de Ávila, cura de San Damián (Huarochirí), supo de la existencia de hechiceros, ídolos y amuletos, que los mismos indígenas mantenían a escondidas de los españoles. Los centros de prácticas idolátricas eran San Damián, San Pedro Mama y Santiago de Tuna, donde se adoraban a los ídolos de Pariacaca, Chaupiñámocc (su hermana), Macaviza y Cocallivia. El indio Hernando Páucar era el principal difusor de estas creencias ancestrales.

Habiendo Ávila notificado de esto al provincial de la Compañía de Jesús —quien por entonces era el padre Diego Alvarez de Paz—, éste envió en junio de 1609 a dos jesuitas, los padres Pedro Castillo y Gaspar de Montalvo, quienes, junto con el cura cuzqueño, realizaron una vista de investigación, solicitando a los indios primero de manera benévola que entregaran todos los objetos a los que rendían culto idolátrico, y luego conminándolos de manera severa. Se reunieron centenares de ídolos y amuletos que, unidos a los que Francisco de Ávila ya había requisado anteriormente, llegaron a conformar numerosos fardos, los cuales, incluyendo también varias momias, fueron llevados a Lima por Ávila en varias cabalgaduras en octubre de 1609.

La persistencia de estas creencias idólatras era un peligro para la fidelidad a la fe y la vida cristiana de los indígenas, pues ello conllevaba muchas veces costumbres contrarias a la dignidad humana. Por ello, se decidió que era necesaria una manifestación espectacular, que tuviese como finalidad arrancar de raíz los residuos de estas creencias. Es así que el entonces arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero, y el virrey marqués de Montesclaros decidieron realizar un «auto de fe» el 20 de diciembre en la Plaza de Armas de Lima, convocando a todos los indios de cuatro leguas a la redonda. En la tarde del día indicado, en presencia del Cabildo, del virrey y el arzobispo, y ocupando lugar preferencial Francisco de Ávila, se realizó el espectáculo. Colocados todos los ídolos sobre un tabladillo, el cura Ávila predicó a los indios, primero en quechua y luego en español. Luego, el indio Hernando Páucar, atado a un tronco, fue sentenciado a ser trasquilado (acción humillante dentro de la mentalidad indígena), sufrir doscientos azotes y ser desterrado a Chile. Finalmente, se quemaron todos los objetos idolátricos.

Ávila sería luego nombrado Visitador de la Idolatría, realizando pesquisas en los pueblos de la serranía de Huarochirí, Yauyos y Chachapoyas, llevando a cabo una intensa campaña de extirpación de la idolatría, recorriendo caminos arduos y peligrosos, con riesgo de la propia vida, y utilizando recursos propios en el financiamiento de esta campaña. Lo acompañaron varios jesuitas. Descubrían a los indios hechiceros, destruían adoratorios y enseñaban con paciencia y benignidad la verdadera doctrina a los indios. La situación fue tan grave, que el mismo arzobispo de Lima la describía así en carta al rey Felipe II: «Todos los indios desde Pirú están hoy tan idólatras como al principio cuando se conquistó la tierra. Creo ha estado la falta en los que les han doctrinado, que solamente han atendido a su provecho e interés y no al bien de las almas de estos desventurados [...]. Háseles hallado innumerable multitud de ídolos que adoraban por Dios, juntamente con cuerpos muertos de sus antepasados, que todo se ha quemado y en lugar de los adoratorios se han puesto muchas cruces» (23 de abril de 1613).


Fuente:
http://orbita.starmedia.com/~martinscheuchpool/historia_de_la_iglesia/capitulo_5.htm

Humor

Las Religiosas de los Sagrados Corazones, 1848

En el Perú la primera congregación dedicada a la docencia llego en la época de la Republicana siendo las religiosas de los Sagrados Corazones la primera congregación extranjera dedicada a la docencia.
Congregación de origen Francés, siendo su fundadora Enriqueta Aymer de la Chevalerie en 1797.
En 1838 el Arzobispo de Lima, Francisco de Sales Arrieta, envió un representante para invitar a las Hermanas al Perú. La Guerra de la Confederación Perú-Boliviana frustró esta primera iniciativa. Poco después, el Presiden¬te de Bolivia, José Ballivián (1841-1847) también extendió una invita¬ción a las religiosas, que la aceptaron. Pero, al llegar al puerto de Valparaíso, encontraron -para desconcierto suyo- al propio Presidente Ballivián, quien les informó que acababa de ser destituido. La religiosa encargada de la pequeña misión exploratoria, Cleonisa du Dormier, deci¬dió seguir el viaje hasta el Callao, «al azar». A su arribo al puerto perua¬no, sin embargo, el grupo de tres fue acusado de ser «agentes de los Je¬suitas» y no recibieron permiso para desembarcar. Afortunadamente, el Ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pardo y Aliaga, se enteró de su presencia y les ofreció un salvoconducto. Pronto, el Arzobispo, a la sazón Luna Pizarro, les ofreció también su protección y el propio Presiden¬te Castilla las invitó formalmente para que se quedasen en el Perú

Impresionado por las noticias de su labor en Chile, Castilla les pi¬dió que se encargasen del Colegio del Espíritu Santo, que fue subvencio¬nado por el Gobierno. En marzo de 1849 abrieron una escuela gratuita y el mismo mes un pensionado para señoritas. En 1851 se trasladaron al antiguo convento de la Recolección de los Mercedarios, «Nuestra Señora de Belén”. Así, nació el colegio de dicho nombre.
Cuando Castilla dejó el poder en 1862, los parlamentarios liberates acusaron a Bartolomé Herrera, que también había patrocinado a las Hermanas, de haber traído monjas extranjeras al Perú. El nuevo Presidente, Juan Antonio Pezet (1863-1865) recibió un decreto preparado por su propio Ministro de Edu¬cación para la expulsión de las Hermanas. Bajo presión de la colonia francesa, sin embargo, el mandatario no lo aceptó.
Entre sus ex-alumnas en el siglo XX se distinguen la escritora Ma¬ría Wiese, maestras tales como Beatríz Cisneros, Directora del Colegio Nacional «Rosa de Santa María», y Matilde Pérez Palacios, fundadora de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica, y dirigentes de Ia Acción Católica tales como Caty Cassinelli, Rosa Stiglich, Teresa Cantuarias y otras más. Además, entre sus ex-alumnas han figurado muchas hijas de ministros y presidentes. Cuando Belén celebró sus Bodas de Oro en 1948, asistieron al acto el Presidente Bustamante y Rivero y su esposa María Jesús, ex-alumna del colegio de los Sagrados Corazones de Arequipa. A la sazón, Belen ya era una institución tradicional en la sociedad limeña, así como el colegio de los SS.CC. en la arequipeña. Por su parte, la Escuela Gratuita seguía funcionando y en ese año conta¬ba con 200 alumnas. En 1962 el colegio se trasladó a un nuevo local en San Isidro.


Klaiber, Jeffrey :La Iglesia en el Perú : su historia social desde la Independencia

Los Jesuitas, 1871

«No es permitido el restablecimiento de la Compañía de Jesús en el territorio de la República».

Ley del 23 de noviembre de 1855

En esta escueta sentencia la Convención Nacional de 1855-56 subrayó la hostilidad casi paranoica que existía entre liberates, masones y otros grupos hacia la Compañía de Jesús en todo el siglo pasado. La prohibición de 1855 es todavía más resaltante si se toma en cuenta el hecho de que los Jesuitas habían sido expulsados casi un siglo antes (1767) y en ese momento no se encontraba ningún Jesuita en el país.

Fue el Obispo de Huánuco, Teodoro del Valle, en viaje a Roma con motivo del primer Concilio Vaticano, el que tomb Ia iniciativa para gestionar el retorno de los Jesuitas al Perú. Como fruto de su encuentro con el General de la Compañía, Pedro Beck, se acordó enviar algunos padres para enseñar en el Seminario de Ia diócesis. En setiembre de 1871

Llegó a Lima el primer grupo de cuatro Jesuitas. Poco tiempo después llegaron tres más procedentes de Ecuador, entre quienes se encontraba el P. Francisco Javier Hernádez, designado como el primer superior de la Compañía restaurada en el Perú. Aunque los Jesuitas no violaron ninguna ley, porque la prohibición de 1855 fue superada por la Constitución de 1860, que por su parte no volvió a mencionar la prohibición, no obstante, Mons. Del Valle tomo la precaución de pedir permiso expreso para su retorno al Presidente de la República, José Balta, y del Ministro de Culto, Manuel Pardo y Lavalle. Los liberates también tomaron nota de su presencia: en 1874 el Fiscal de la Nación, José Gregorio Paz Soldán, formuló una denuncia ante el Ministerio de Culto. Las autoridades respectivas hicieron caso omiso.
El pequeño grupo se dividió en dos, una parte para trabajar en Huánuco y otra para establecerse en Lima.

Cierto caballero piadoso, Melchor García, invitó a los Jesuitas en Lima para que enseñaran en un colegio nacional que é1 dirigía. Con motivo de una visita a la nueva Escuela Normal de Mujeres regentada por las Madres del Sagrado Corazón, el Presidente Mariano Ignacio Prado expresó su admiración por la labor de las madres y al mismo tiempo se lamentó del hecho de que no existía ninguna obra similar para varones. Por decreto-ley del 18 de mayo de 1878 se estableció la «Escuela Normal de Varones», que fue, en realidad el mismo colegio del Sr. Melchor García, reformado y refaccionado. Así nació el Colegio de la Inmaculada, con sólo 3 Jesuitas y 101 alumnos. 24 En 1879 llegaron 7 Jesuitas más de Europa y en 1880 los 9 miembros de la orden en Huánuco decidieron abandonar sus labo¬res allí y, bajando a Lima, reforzaron la labor de los padres y hermanos en el colegio. La Iglesia de San Pedro no fue devuelta a la Compañía hasta el final del conflicto con Chile. Pero una vez en manos de los padres pronto se convirtió en un centro para los apostolados tradicionales de la Compañía: la devoción al Sagrado Corazón, la congregación mariana y Ia asociación piadosa Nuestra Senora de la 0rden.

Durante la Guerra con Chile los padres prestaron servicio como capellanes, y los hermanos como enfermeros. Además, el colegio se convirtió en un hospital de sangre. En un episodio dramático, el entonces Coronel Andrés Cáceres se ocultó de los chilenos en el aposento del P. Superior mientras se curaba de una herida en la pierna.
En 1886, a raíz del libro de historia publicado por el P. Ricardo Cappa, S.J., (Ver Cap.III) los Jesuitas fueron expulsados del Perú, por segunda vez en la historia. El movimiento para pedir su expulsión dio Lugar a bochornosos debates en el Congreso y a encendidas polémicas en público. Los masones realizaron mítines para promover la causa y los católicos organizaron asambleas para protestar por la medida. Finalmente, en octubre, los diputados votaron a favor de Ia expulsión, 65-18. Aunque el propio Presidente Cáceres vetó la medida, y posteriormente se negó a dar la orden formal de expulsión, aconsejó a los padres para que se fueran discretamente por su propia cuenta. Algunos de los padres se dirigieron hacia Bolivia y otros a Europa, aunque un pequeño grupo se quedó en Lima. Naturalmente, el colegio tuvo que clausurarse. El Unico caso de use de la fuerza ocurrió en Arequipa cuando un grupo de Jesuitas se detuvo, a instancias del obispo, para que predicaran una misión popular. Frente a esta demora de parte de los padres, el ejército intervino y los escoltó a la estación del tren rumbo al Altiplano. Una vez amainada la tempestad, en 1888, los Jesuitas regresaron de nuevo y reabrieron el colegio.
Sin más percances dramáticos, el colegio iba evolucionando hasta llegar a ser, juntamente con la Recoleta de los Padres de los Sagrados Corazones, uno de los colegios para varones más prestigiosos de Lima. En 1902 se trasladó a la «Colmena», su sitio traditional hasta el año 1966, en que se trasladó de nuevo, esta vez a Monterrico en el límite de Ia Lima Metropolitana. La lista de hombres destacados en todos los campos - la política, la diplomacia, las artes y el comercio- que han egresado del colegio jesuita de Lima en el primer siglo de su existencia es impresionante. Entre otros personajes, cabe señalar a Manuel Prado y Ugarteche, Presidente Constitucional de la República (1939-45; 1956¬62), al General Francisco Morales Bermúdez, Presidente de la Junta Militar de Gobierno (1975-1980), a Aurelio Miró Quesada, director de El Co¬mercio, Luis Alayza y Paz Soldán, escritor, Arturo García Salazar, diplomático, Armando Revoredo Iglesias, aviador, Javier Prado y Ugarteche,catedrático y Rector de San Marcos, Augusto Tamayo Vargas, literato, Luis Antonio Eguiguren, magistrado, Alberto Tauro del Pino, historiador, Rubén Vargas Ugarte, Padre jesuita e historiador y Manuel Ulloa Elías, político.


En 1898 se fundó un segundo colegio, el San José de Arequipa. Entre los alumnos de las primeras promociones figuran Víctor Andrés Belaunde y José Luis Bustamante y Rivero. Este segundo colegio pronto Ilegó a ocupar el primer lugar entre los colegios para varones en la ciu¬dad mistiana. Sin embargo, debido a la escasez de personal jesuita, tuvo que cerrarse en 1935. Con la ayuda del Presidente Bustamante volvió a abrir sus puertas en 1948. En 1955 se trasladó a su ubicación actual cerca de Tingo. Durante muchos años los Jesuitas del Perú dependieron de la Provincia Jesuita de Toledo en España. En 1938 se tomb un paso importante hacia la autonomía con la fundación de un noviciado propio en Miraflores, Lima. En 1943 la Vice-Provincia peruana se encargó de la Misión de San Francisco Javier en el Alto Marañon en el departamento de Cajamarca, fronterizo con Ecuador. Algunos de los padres y hermanos, y de una manera singular el P. José María Guallart, se especializaron en el trabajo entre los Aguarunas. En los años posteriores a la Se¬gunda Guerra Mundial se fundaron otros colegios, en Piura y en Tacna. Hacia fines de la década del 50 empezaron a venir Jesuitas norteamericanos a reforzar la labor de estas nuevas obras. En los años 60 y 70 la Provincia peruana comenzó a fundar obras de tipo social, tales como los «Cenecapes», en Urcos, Ilo, Huancayo y Piura. En casi todos los lugares donde trabajan los Jesuitas también fundaron parroquias. Entre las obras educativas de carácter social más notables de la Compañía están los cole¬gios de Fe y Alegría, obra fundada en el Perú en 1965. En 1984 había 18 de estos centros, funcionando en diversas áreas marginales en todo el país, atendiendo a una población estudiantil de aproximadamente 30,000 alumnos.
De los 254 Jesuitas en el Perú en 1984, entre sacerdotes, hermanos y estudiantes, había unos 86 peruanos de nacimiento. La gran mayoría del resto son españoles, casi todos nacionalizados. El primer provincial peruano fue el P. Felipe MacGregor, que también fue Rector de la Universidad Católica durante muchos años. En 1966 Ricardo Durand Florez fue nombrado el primer obispo jesuita en el Perú, como Arzobispo del Cuzco y posteriormente como Obispo del Callao. Desde ese nombramiento que rompió una tradición de la Compañía que disuadía contra la aceptación de cargos de autoridad en la Iglesia, han sido nombrados obispos varios otros Jesuitas peruanos: Luis Bambarén, Obispo auxiliar de Lima y posteriormente Obispo de Chimbote; Manuel Prado, Obispo de Chachapoyas y posteriormente Arzobispo de Trujillo; Fernando Vargas Ruíz de Somocurcio, Obispo de Huaraz y Piura y a partir de 1980 Arzobispo de Arequipa; Augusto Vargas Alzamora, Obispo de Jaén y a la vez Secretario General de la Conferencia Episcopal Nacional; y Alfredo Noriega, Obispo-auxiliar de Lima. Monseñor Antonio de Hornedo, espa¬ñol de nacimiento y actualmente Obispo de Chachapoyas, fue, durante años Prefecto Apostólico y luego Vicario Apostólico de la Misión o Vicariato de San Francisco Javier.
La orden jesuita, por razón del número de personal y de sus obras y por la formación excepcionalmente larga que reciben sus miembros es uno de los grupos que más influencia ejerce en la Iglesia peruana. Los Jesuitas han sido los principales promotores de la renovación espiritual post-conciliar mediante los ejercicios espirituales y la formación de grupos juveniles y de profesionales. Es, además, una de las pocas órdenes y congregaciones en el Perú que realiza cierta labor intelectual, como catedráticos en seminarios y universidades o como asesores de grupos especiales, tales como el popular y carismático Romeo Luna-Victoria (1921¬1984), que durante arms fue uno de los animadores más conocidos de los maestros de colegio. Sin embargo, a diferencia de muchas otras provincias de la Compañía de Jesús en el resto del mundo, la Provincia peruana dedica relativamente pocos esfuerzos al campo intelectual, dando prioridad más Bien al trabajo pastoral y social o a la labor de dirigir sus colegios. En este sentido refleja el carácter eminentemente misional de la Iglesia peruana en general, y de las órdenes y las congregaciones religiosas concretamente.

Autor:
Jeffrey L. Klaiber; La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia

Las Religiosas del Sagrado Corazón, 1876

Fundada en 1800 por Magdalena Sofía Barat en Francia.

Estableció escuelas para la clase aristocrática y para las clases populares. Su venida al Perú respondió, en primer lugar, a la necesidad de fomentar la educación nacional, ideario clave del nuevo Partido Civil, y en segundo lugar, a los deseos del propio Presidente Manuel Pardo y su familia.

Ya en 1871 el Gobierno peruano había extendido una invitación a la congregación mediante la Casa Dreyfus en Paris. En tres ocasiones posteriores el Presidente Pardo reiteró la invitación: en 1874, por parte de José Antonio Lavalle, en 1875 por carta de Aurelio García y García, y finalmente, con éxito en 1876. En ese año la madre del Presidente, en tono muy personal, dirigió una carta a la Superiora General en París, enfatizando lo importante que sería la labor de su congregación para el
«Hace largo tiempo en Lima hemos sentido la imperiosa necesidad de un convento del Sagrado Corazón para elevar el nivel de sus jóvenes hijas. Las familias principales del país se sentirán muy felices el día en que ellas contasen con una institución digna de respeto».
En mayo de 1876 llegaron las tres primeras religiosas del Sagrado Corazón, procedentes de Valparaíso, porque la congregación ya había fundado un colegio y una escuela normal en Santiago. El 27 de julio de 1876 el Presidente Pardo creó por decreto la Escuela Normal de Mujeres (en los primeros años se llamó «Escuela Normal de Preceptoras»), que comenzó a funcionar en 1878 en el antiguo Colegio de San Pablo, en la misma cuadra que la Iglesia de San Pedro de los Padres Jesuitas. Poco tiempo después de llegar las religiosas fundaron una escuela gratuita para niñas pobres, que servía como escuela de aplicación, y un pensionado para señoritas de las clases media y alta. El pensionado fue el embrión de los futuros colegios Sofianum y el Chalet.

Fuente: La Iglesia en el Perú: su historia social desde la Independencia de K. Jeffrey

Los Salesianos, 1891




La obra educativa fundada por Juan Bosco (1815-1888) para niños pobres en Italia.
En 1890 la Beneficencia Pública de Lima, con pleno apoyo del Gobierno, celebró un contrato con la congregación salesiana y con las Hijas de María Auxiliadora, la congregación femenina paralela fundada en 1872. El trasfondo de esta doble invitación fue el crecimiento de la industria en el Perú, y el surgimiento de una clase obrera. En 1891 llegaron ambos grupos al Perú. En un comienzo fueron acogidos por los Padres Vicentinos y las Hijas de la Caridad, congregaciones que comparten con los Salesianos cierta afinidad en el tipo de obra que realizan.
En 1891, según el acuerdo celebrado con la Beneficencia, las Hijas de María Auxiliadora («Salesianas») tomaron posesión del Institute Sevilla para la educación de obreras jóvenes. Por distintos motivos de conveniencia, sobre todo el deseo de tener sus propias obras, cuando venció el contrato, en 1898, las hermanas entregaron la obra a las religiosas del Buen Pastor.
Mientras tanto, los padres y los hermanos abrieron el primer «Oratorio Festivo» en 1891 en el Rímac y poco después inauguraron la Escuela de Artes y Oficios para la juventud obrera. Tan grande fue la esperanza que el Gobierno puso en la obra salesiana que en 1896 el Congreso dio una ley fomentando la creación de semejantes escuelas para obreros y obreras en toda la República, todas destinadas a estar bajo la dirección de las dos congregaciones salesianas. El proyecto era demasiado ambicioso para un grupo todavía muy pequeño (sólo había 2 padres y 9 hermanas en el primer grupo). En 1897 las Hijas de María Auxiliadora fundaron una segunda casa en el Callao y el año siguiente los Hijos de Don Bosco fundaron su propio colegio, también en el Callao. En 1896 Ilegó un grupo de refuerzos, expulsados de Ecuador por el Gobierno anticlerical de Eloy Alfaro. "
Con la ayuda del legado testamentario de Mons. Manuel Teodoro del Valle, fallecido en 1888, se fundó el Colegio Salesiano de Breña (Lima). La primera piedra fue colocada en 1900 y el colegio del Rímac se trasladó a Breña. En 1902 las Hijas de María Auxiliadora también fueron a Breña. Los dos colegios de Breña, fundados en las afueras de la Lima de 1900, formaron un enorme complejo educativo que a lo largo de varias acacias recibió y educó a miles de jóvenes de la clase media popular. Desde entonces los padres han creado otros colegios en prácticamente todas las ciudades principales del Perú: Arequipa (desde 1905), Cusco, Ayacucho, Chiclayo, Huancayo y Piura. Las hermanas también han hecho lo mismo: Arequipa, Ayacucho, Cusco, Huancayo y Huánuco.
Además de los colegios, los Salesianos se han dedicado de una manera especial a la formación de jóvenes destinados al trabajo técnico o manual. La Escuela de Artes y Oficios seguía bajo su dirección después que se venció el contrato con la Beneficencia (1898), y se convirtió en una obra netamente suya. Durante años la escuela fue gratuita, ayudada en parte por la Unión de Señoras. Obra precursora de los Centros de Capacitación Profesional que nacieron como consecuencia de la Reforma Educativa de 1972.





La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia Escrito por Jeffrey L. Klaiber

Las Reparadoras, 1896

La fundadora de esta congregación peruana fue Rosa Mercedes Castañeda y Coello, que había sido pensionista de las Madres de Belén y aspirante en el convento de las Clarisas Capuchinas.
Obligada a estudiar en Francia por sus padres, que deseaban apartarla de la tentación de entrar en la vida religiosa, ella, no obstante, se puso en contacto con un padre jesuita, que le aconsejó que entrase en cierto instituto femenino. Pero, con la visita de su madre en 1880, salió y la acompañó a Roma, donde fueron recibidas en audiencia por el Papa. Cuando regresó a París, nuevamente entró en la vida religiosa y en 1895 pidió otra audiencia privada con el Papa, León XIII, que bendijo su proyecto para fundar su propia congregación.
Regresó al Perú ese mismo año, con las constituciones ya escritas, en francés, pero sin personal. Se estableció en la Alameda de los Descalzos en 1896 y después contó con la aprobación del Arzobispo Bandini. Con la ayuda de ciertas otras mujeres piadosas se dedicó a la labor de visitar y auxiliar a los enfermos a domicilio. En 1903 fundó un colegio en el centro de Lima y otro en Miraflores (aprobado oficialmente en 1916), que desde entonces se convirtió en uno de los colegios tradicionales de un suburbio elegante. Posteriormente, las Madres Reparado¬ras fundaron otros colegios, en Callao y Piura, y ciertas obras sociales de asistencia en Huaraz y Huánuco.


La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia Escrito por Jeffrey L. Klaiber

Las Dominicas Docentes, 1898

En 1898, a petición de la Junta Departamental de Trujillo, el Gobierno celebró un contrato con las Religiosas Terciarias Dominicas de la Inmaculada Concepción, posteriormente conocidas más sencillamente como las «Dominicas Docentes», con el fin de fundar un colegio para mujeres.

Así, el 4 de julio de 1898 nació el Colegio Nacional de Santa Rosa de Trujillo. En realidad, la congregación se había fundado en Francia en 1866 para un fin más específico: la educación de niñas ciegas. Por eso, también aceptó tomar a su cargo una escuela semejante en Lima, el «Instituto para Niñas Ciegas», en 1912.

Las religiosas de esta congregación se han caracterizado en su trabajo por una polaridad entre la enseñanza y la asistencia. Al comienzo se dedicaron a enseñar en colegios nacionales, pero en los años posteriores tomaron también a su cargo la dirección de colegios privados: tales como Santa Rosa de Lima y el Colegio Belén a partir de 1980. Entre sus obras de asistencia se encuentran un Hogar-Escuela para los que sufren del Mal de Parkinson y dos hogares para ancianos en Chaclacayo (uno para sacerdotes).

En 1983 había unas 120 religiosas de esta congregación. La mayor parte de ellas son peruanas que han estudiado en sus propios colegios.

Autor: Klaibber Jeffer, La Iglesia en el Peru su Historia Social desde la independencia.

Los Maristas, 1909

En las primeras décadas del siglo XX llego al Perú los Hermanos de María, o «Maristas»
Al igual que los hermanos de la salle vienen para:

Contrarrestar la influencia creciente del protestantismo y ampliar las posibilidades de una educación católica para la juventud.
En 1907 el Centro Católico de Lima, bajo el impulso de Carlos Arenas y Loayza y otros laicos, y con el asesoramiento del Padre Jesuita Francisco Javier Lecocq, crearon la «English Commercial School» del Callao. Su finalidad era ofrecer una alternative a la instrucción comercial que se enseñaba en inglés en distintas escuelas protestantes. Primero se había ofrecido la dirección a los Jesuitas, que declinaron por falta de personal, y luego se extendió a los Maristas, que la aceptaron.

En 1908 partieron de su casa central en Italia cuatro hermanos franceses bajo la dirección del Hermano Carlos María Constantín, y después de pasar algunos meses en Nueva York para perfeccionar su inglés, iniciaron las clases en marzo de 1909. Otro miembro del primer grupo fue el Hermano Plácido Luis, quien llegaría a ser una «institución viviente», símbolo de la presencia marista en el Perú.
En 1913 el colegio cambió su nombre a «Saint Joseph College» y posteriormente, en respuesta a las exigencias de la ley, volvió a cambiar, llamándose «Colegio San José». El colegio fue la base del primer grupo de Acción Católica en el Callao: el «Centro Labor».
Una vez establecidos en el país, los Maristas extendieron rápidamente su labor. En 1923 fundaron el Colegio San Luis de Barranco; en 1927 el Colegio Champagnat de Miraflores; en 1932 San José de Huacho (en respuesta a la presencia de protestantes en la región); en 1934 el Colegio de San Isidro (Lima); en 1939 Santa Rosa de Sullana, y en 1953 en Cajamarca. También fundaron normales en Cajamarca (1954) y Tacna (1959). Durante un tiempo los hermanos se encargaron también del Puericultorio «Augusto Pérez Araníbar» (1937-1958) para niños pobres y el Orfelinato San Vicente. En 1967 tenían unos diez colegios en toda la República, de los que tres eran normales. También han mantenido otras casas para la formación de sus propios estudiantes, como «Villa Marista» en Chosica. De sus colegios han egresado distintas personalidades, entre las que se encuentran Armando Villanueva del Campo, Javier Arias Stella, Felipe MacGregor y el popular Alcalde de Lima «Chachi» Dibós.
Antes del Vaticano II fue una de las congregaciones más numerosas en el Perú, contando con cerca de 120 hermanos. En 1981 había alrededor de 81 hermanos, de los cuales la mayoría son de origen español.


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La Salle, 1922



En 1872 Pardo invitó formalmente a los Hermanos de la Salle al Peril y nuevamente en 1908 el Centro Católico de Lima repitió la invitación. En 1920, el Arzobispo Emilio Lissa, valiéndose de sus vínculos con Francia y Bélgica, por ser Vicentino, se presentó personalmente en la Casa Generalicia en Bruselas para pedir que enviaran hermanos al Perú. Por fin, en 1922, un grupo de hermanos procedentes de Ecuador viajó a Lima. Lissón les confió el Colegio Externado del Seminario de Santo Toribio. En 1926 los hermanos fundaron su propio colegio en Lima y en 1931 otro en Arequipa. En realidad, ya se habían establecido en la ciudad mistiana desde 1926, porque en ese año el Presidente Leguía, impresionado por su labor en Lima, les encomendó una escuela normal. En Arequipa, al costado de su colegio para las clases medial y altas, levantaron el Colegio Munoz Nájar para ninos pobres. Posteriormente, los hermanos fundaron otro colegio en el Cusco (1939) y, en distintos momentos, varias normales: Cajamarca en 1942 (ya no existe), Abancay en 1964 y Urubamba en 1965.

Entre 1936 y 1969 regentaron la Escuela Normal de la Universidad Católica.
Si bien los comienzos de los colegios fueron modestos (La Salle de Lima tenía unos 45alumnos en 1926, y el de Arequipa 460 en 1931) algunas décadas después se convirtieron en grandes e influyentes centros educativos (el colegio de Lima contaba con alrededor de 1,862 alumnos en 1976 y el de Arequipa con unos 1,200 en 1981). Por otra parte, durante cierto tiempo, dirigieron el Reformatorio de Menores en Surco. En 1982 habían unos 60 hermanos, de los que 45 eran peruanos.


La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia Escrito por Jeffrey L. Klaiber

Las Siervas del Inmaculado Corazón de Maria, 1922

Si la ascención al poder de Augusto B. Leguía significó un cambio de perspectiva, desde Europa hasta los Estados Unidos, este hecho tam¬bién se manifestó en la Iglesia. Ya desde el comienzo del siglo la crea¬ción del colegio marista de San José del Callao para la enseñanza del in¬glés simbolizó los cambios de los tiempos. Emilio Lissón pidió al Arzo¬bispo de Philadelphia ayuda para poder fundar otro colegio católico espe¬cializado en el idioma inglés en Lima. Con este fin en 1922 llegaron tres madres de la Congregación de las Siervas del Inmaculado Corazón de
María, fundada en 1845 para enseñar en las escuelas católicas de los Es¬tados Unidos. En 1923 fundaron «Villa María Academy» en Miraflores, y en 1928, algunas madres comenzaron a dar clases para niños pobres en San Antonio del Callao. Hasta 1944 Villa María fue co-educacional. Desde 1939 los Marianistas venían regentando su propio colegio de San¬ta María para varones, el cual mediante mutuo acuerdo, Ilegó a formar un centro paralelo y complementario a Villa María. Por su parte, en 1944 las madres inauguraron la Escuela Primaria «Inmaculado Corazón» para varones, que fue concebida como una preparación inicial para el colegio marianista. Desde 1944, los Marianistas y las Siervas compartieron tam-Wén labores en San Antonio del Callao. En 1957 las religiosas se trasla-daron a un nuevo local para las muchachas y además, durante algún tiempo, las madres enseñaron en el colegio parroquial de los Padres Car¬melitas en San Antonio. 39
Desde sus inicios, «Villa María» fue reconocido como uno de los colegios más prestigiosos en Lima, y cuando dejó de ser co-educacional, se convirtió, juntamente con los de Bel& y del Sagrado Corazón, en uno de los colegios para mujeres más elitistas. Su existencia respondió a un deseo de las clases medias y altas de aprender inglés y recibir una forma¬ción «moderna», es decir, norteamericana, fenómeno que refleja los vínculos comerciales y culturales cada vez más estrechos con los Estados Unidos. Las Siervas fueron, pues, la primera congregación estadouniden¬se en el Perú, anticipándose en muchos años a la venida de otros grupos durante y después de la Segunda Guerra Mundial. En los años 60 las madres ofrecieron cursos acelerados de inglés a otras religiosas para que entre otros motivos, los alumnos o las alumnas de sus respectivos cole¬gios no fueran a colegios de protestantes a estudiar el inglés. En 1965 Villa María se trasladó a su local actual en la Planicie. En los arms del Vaticano II había cerca de 60 religiosas de la congregación en el Perú y Chile. En 1983 el número había bajado a 40, de las que un poco menos de la mitad son peruanas.

Las Ursulinas, 1936

Tres distintos grupos de religiosos y religiosas deben su presencia en el Perú en parte a la persecución nazi: los Misioneros de los Sagrados Corazones, las Dominicas de Santa María Magdalena y las Ursulinas.

Como consecuencia del nacionalismo anticristiano del régimen nazi, en los años 30 existía el peligro de una inminente confiscación de colegios católicos y otras casas religiosas. En la misma época el Arzobispo Farfán extendió una invitación a las Ursulinas para que abrieran un colegio católico alemán en el Perú.

En 1936 llegaron las dos religiosas del antiguo convento de Fritzlar, Cáritas Knickenberg y Gertrudis Neugebauer, con el fin de explorar las posibilidades de llevar a cabo este proyecto. En abril de ese año abrieron el Colegio Santa Ursula en una casa privada, y en agosto llegaron tres religiosas más y una postulante. En 1941los temores de las Ursulinas se cumplieron cuando el Gobierno alemán expropió el Convento de Fritzlar, convirtiéndolo en un hospital durante la guerra. En esos años otro grupo de Ursulinas, de Erfurt, fundó un colegio en Sullana.
La idea de un colegio católico alemán tuvo acogida en Lima ya que algunas familias estimaban la cultura y la formación alemanas, de la misma manera que otras sentían aprecio por la educación francesa, británica o la norteamericana. Estas familias formaron una asociación para construir un edificio para el colegio. Entre ellas figuran las de Alberto Ulloa, Francisco Alvarez Calderón, Fritz Bauer, Guillermo Cornejo y Cristóbal de Losada y Puga.41 El propio Presidente Benavides, que no ocultó su admiración por la disciplina y el orden alemanes, envió a su hija al nuevo colegio. En 1941 comenzó a funcionar el nuevo colegio en San Isidro. La Madre Cáritas, que había regresado a Alemania para afrontar la crisis de Fritzlar, volvió como superiora en 1950. Entre otras personas importantes en los orígenes peruanos de las Ursulinas se encuentra el P. Pedro Vankann, alemán de nacionalidad, de los Padres Camilos, que fue el intermediario más importante entre las Ursulinas y el Arzobispo Farfán.
En 1955, acogiendo un llamado de la Santa Sede, las Ursulinas del convento de Lima se incorporaron a la Unión Romana de Santa Ursula, que en ese períod() abarcaba unas 180 casas en todo el mundo. Posteriormente, las madres, que habían fundado el colegio de Sullana lo entregaron a las Carmelitas de la Caridad y pasaron a formar parte del convento de Lima. Entre ellas figura la Madre Loyola Weinart, que Ilegó a ser considerada entre las Ursulinas y sus ex-alumnas como un símbolo viviente de la presencia ursulina en el Perú.

El Colegio de Santa Ursula no tardó en hallarse entre los colegios más recomendados para muchachas de las clases medias y altas.


La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia Escrito por Jeffrey L. Klaiber

Los Marianistas, 1939



Con la Ilegada de los Marianistas norteamericanos en 1939 surgió el primer colegio católico para varones que tomaba como modelo la educación norteamericana. En este sentido fue, desde el comienzo, un complemento del Villa María. La Congregación Marianista nació en circunstancias muy similares a otras congregaciones de origen francés. Fue fun-dada en 1817 por el P. Guillermo José Chaminade con el fin de restaurar la fe cristiana en un ambiente indiferente u hostil a la religión. Distintas familias limeñas, notablemente la de Carlos Alvarez Calderón, invitaron a los Marianistas y formaron una asociación con el fin de respaldar económicamente la nueva obra. En 1939 Ilegó el primer grupo de Marianistas, entre sacerdotes y hermanos, de la Provincia de San Luis.
El Colegio Santa María comenzó en la Avenida Arequipa en 1939, y en 1941 se trasladó a la Parroquia de María Reina en San Isidro. A partir de 1959 se trasladó otra vez, a su actual local en Chacarilla del Estanque, y al mismo tiempo surgió en su antiguo Lugar el colegio parroquial de María Reina. En 1944 los padres y hermanos tomaron también a su cargo la sección de varones del Colegio San Antonio del Callao. En 1957 fundaron el Colegio San José Obrero de Trujillo. En 1961 el P. William Morris fundó la Universidad Católica Santa Marfa en Arequipa, obra en la que algunos Marianistas han colaborado a lo largo de los años. En la década del 60 había cerca de 60 padres y hermanos en el Perú, la mayoría norteamericanos. En 1983 había unos 28 miembros de la Provincia peruana, de los que casi la mitad eran peruanos."


La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia Escrito por Jeffrey L. Klaiber

Iglesia en Tiempo Republicano

Problemas y dificultades de la Iglesia durante los primeros años de la República

La situación de la Iglesia durante los años de la República en el siglo XIX no fue fácil. Varios motivos contribuyeron a originar situaciones donde su desempeño no careció de obstáculos y dificultades. La mayoría de esos factores se sitúan dentro del contexto del rompimiento independentista respecto a España. Muchos obispos y sacerdotes debieron ir forzosamente al exilio, por hallarse identificados con la causa realista, lo cual devino en una insuficiencia de personal eclesiástico para la atención pastoral de los fieles cristianos. Por otra parte, la identificación que algunos representantes del gobierno republicano hacían entre España y la Iglesia creó no pocas dificultades para la presencia pública de la Iglesia en la vida social. Todo ello iba unido frecuentemente a una ideología liberal predominante entre gobernantes e intelectuales del nuevo régimen republicano, que consideraba lo religioso como un asunto exclusivamente privado y, por lo tanto, sin derecho a tener presencia en la vida pública. Todo esto llevaba a actitudes de desprecio o subvaloración de todo lo relacionado con la Iglesia y sus representantes. Si bien este anticlericalismo no se plasmó en una persecución abierta y violenta —como fue el caso de México, o como ha ocurrido también frecuentemente en la historia de España—, si creó un clima poco favorable a la labor de la Iglesia.

Si bien el Estado se fue desembarazando de muchas instituciones ligadas a lo hispánico, mantuvo el Patronato, no por afecto a la Iglesia precisamente, sino como medio de control y opresión. La Santa Sede se hallaba ante un serio dilema: conceder el Patronato a gobiernos de corte liberal conllevaba un riesgo bastante elevado para la autonomía de la Iglesia en esos países, además de significar un rompimiento con España, que vería con esa acción de la Santa Sede un reconocimiento por parte de ella de las nuevas Repúblicas surgidas en tierra americana. Por otra parte, la Santa Sede tampoco quería entrar en conflicto con los nuevos gobiernos, por el bien pastoral de los fieles cristianos en esos territorios. Pasarían varios años hasta que Pío IX concediera oficialmente al Perú el Patronato por medio de la bula Praeclara inter beneficia, del año 1874. En la práctica, esto no añadió nada a la forma como se estaba manejando las relaciones entre el Perú y la Santa Sede, puesto que, aunque no reconocido, se habían regido de acuerdo a las normas del Patronato hasta ese entonces. El Perú mantendría este tipo de relación con la Santa Sede hasta el año de 1980, en que se firmó un Acuerdo, bajo el gobierno del General Francisco Morales Bermúdez.

En resumen, pasados los años de la Emancipación, la situación no era muy buena. Varias diócesis quedaron sin obispos; la cantidad de sacerdotes era reducida en relación a la cantidad de fieles que debían atender espiritualmente; comenzó a haber escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas; la educación católica era pobre e insuficiente; el ambiente civil se vio dominado por el laicismo, y el liberalismo y la masonería tomaron impulso, fomentando una mentalidad que tendía a prescindir de la Iglesia en la vida pública, relegándola a los templos y la sacristía.

A esto hay que añadir el empobrecimiento económico que originó en la Iglesia las guerras de Independencia. Tanto los realistas como los patriotas obtuvieron, ya sea voluntariamente, ya sea a la fuerza, imponiendo contribuciones, los bienes que pertenecían a las diócesis, parroquias e instituciones eclesiales. Incluso los bienes raíces pasaron a otras manos ajenas a la Iglesia. Fue común la confiscación de los bienes pertenecientes a la Iglesia. Las fuerzas armadas de Bolívar, por ejemplo, llegaron a requisar en el Norte del Perú una cantidad de plata equivalente entonces a medio millón de pesos. La guerra con Colombia significó también un número cuantioso de contribuciones obligatorias, a las que se sumó las de otras disposiciones gubernamentales a lo largo del siglo XIX.

A cambio, muy poco fue en lo que el Estado ayudó a la Iglesia. Eso contribuyó a que, junto al desprecio y burla con que se miraba el ejercicio del sacerdocio, tampoco resultara muy atractiva una ocupación que no contaba con los medios adecuados de subsistencia para una vida digna. Si bien el sacerdocio no tiene una finalidad lucrativa, de hecho merece una remuneración mínima para la subsistencia digna del candidato. Este fue uno de los factores que dieron como consecuencia el que muchas parroquias no contaran con sacerdotes que las atendieran. Esta falta de personal eclesiástico es uno de los males que se ha arrastrado a lo largo de la vida republicana del Perú, sin que la situación se haya solucionado del todo hasta ahora.

La falta de obispos y de atención pastoral suficiente y adecuada

Faltando quienes realizaran la labor directiva en las funciones de gobernar espiritualmente, enseñar y santificar por medio de la administración de los sacramentos, no puede decirse que la Iglesia pudiera desarrollarse normalmente durante esta etapa convulsionada. La misma España agravó la situación, puesto que movió influencias en la Santa Sede para que no se nombrase nuevos pastores para las diócesis vacantes.

Después de la partida del obispo Las Heras, el deán Francisco Javier Echagüe asumió el gobierno eclesiástico de Lima como Vicario General, no siendo obispo. Todas las demás diócesis se hallaban en la misma situación, bajo la administración de prelados que no habían sido ordenados obispos. Sólo Arequipa y Cuzco estaban gobernadas por sus obispos, Goyeneche y Orihuela.

Podemos decir, pues, que durante este período, iniciado con la Declaración de la Independencia del Perú en el año 1821, la Iglesia tuvo como problemas fundamentales la escasez de obispos; el hecho de las iglesias administradas por eclesiásticos de jurisdicción dudosa, impuestos por el gobierno o elegidos sin autorización por los cabildos eclesiásticos; y, junto con eso, otro mal que se venía arrastrando desde el siglo pasado: la relajación de los religiosos, que buscaban más los beneficios y el provecho que iban unidos a los cargos antes que dar testimonio del Evangelio, además de otros vicios peores. Una de las mayores dificultades de esta época fue la dificultad para encontrar alguna forma de vincularse con Roma, y esto debido a la inestabilidad de los nuevos gobiernos.

Luego de muchas gestiones, resultantes de arduos esfuerzos, se consiguió que el 23 de junio de 1834 Gregorio XVI nombrara como obispo de Lima a Jorge Benavente, no sin protestas por parte del gobierno, que aducía que se había ido contra ciertos procedimientos del Patronato, al cual el Estado tenía derecho. En los años siguientes también fueron nombrados obispos para Trujillo (Monseñor Tomás Diéguez, 24 de julio de 1835) y para Chachapoyas (Monseñor José María Arriaga, 7 de setiembre de 1838). De esta manera, se daba inicio al restablecimiento del gobierno pastoral, tan necesario para una buena marcha de la vida católica en el Perú. Sin embargo, no por ello dejaron de faltar fricciones entre Iglesia y Estado, muchas de ellas por motivos insulsos o por simple espíritu de animadversión por parte de los gobernantes civiles.

En 1853 la Santa Sede reconoció al Perú como Estado independiente, cuando nombró a Agustín Guillermo Charún como obispo de Trujillo.

Sin embargo, este restablecimiento de la situación eclesiástica no significó necesariamente una revitalización de la práctica del catolicismo. Los males que se venían arrastrando desde el siglo anterior se tradujeron en un ambiente de mediocridad y decaimiento, dónde son pocas las figuras que resaltan por su adhesión vital a los principios católicos. El P. Armando Nieto, S.J., describe así la situación: «Parroquias abandonadas; dispersión y exclaustración de religiosos; irreligiosidad en muchos de los dirigentes civiles y militares; empobrecimiento de las iglesias locales; relajación de frenos éticos (la procacidad de la prensa, la falta de respeto a las personas excedió los límites del decoro), intromisión del poder civil en asuntos eclesiásticos; filosofismo racionalista y anticlerical, son algunos de los factores que afectaron negativamente la marcha de la Iglesia en el Perú.

Labor de la Iglesia durante la Guerra del Pacífico

La guerra con Chile (1879-1883), una de las peores crisis que sufrió el Perú en su historia, fue una ocasión en que la Iglesia en el Perú manifestó su honda preocupación social, no solamente a través de enseñanzas y exhortaciones, sino también mediante ayuda concreta. El entonces arzobispo de Lima, Monseñor Francisco Orueta y Castrillón, en una carta pastoral, dispuso que se había de realizar «una colecta para los gastos de la guerra, en la cual tomarán parte, según sus recursos, todos los curas y sacerdotes de nuestra jurisdicción, que pueden hacerlo; como igualmente las instituciones religiosas y establecimientos piadosos». La nueva Vicaría General del Ejército, dirigida por el presbítero Antonio García, se encargó de enviar capellanes al escenario de las operaciones bélicas. Las ambulancias de la Cruz Roja fueron organizadas por Monseñor José Antonio Roca y Boloña, quien, al frente de este servicio, no vaciló en protestar ante el Comité Internacional de la Cruz Roja en Suiza por el atropello cometido por los soldados chilenos al atacar los hospitales de sangre en la batalla de San Francisco (noviembre de 1879), contraviniendo así el derecho de guerra, consignado en los pactos internacionales sobre hospitales de sangre. Debido a su enérgica denuncia de ésta y de otras injusticias que pisoteaban el respeto debido al vencido, cuando el ejército chileno ocupó Lima (enero de 1881), Mons. Roca y Boloña optó por refugiarse en la serranía para evitar las represalias en su contra. Con la firma del Tratado de Paz de Ancón (20 de octubre de 1883) y el retiro de las tropas chilenas de la capital peruana (enero de 1884) pudo regresar a Lima. Convocado al Congreso Constituyente para aprobar la paz, fue elegido diputado por la capital; partidario de la paz, aun a costa de un doloroso sacrificio, hizo que los ánimos se resignaran a la cesión de territorio peruano que eligió el vencedor.

Durante la guerra, aunque muchos de los capellanes realizaron una labor abnegada, incluso algunos de ellos llegando a ser hechos prisioneros o muriendo a causa del furor del enemigo, sus esfuerzos no siempre fueron apreciados por algunos jefes y oficiales del Ejército, adictos a un anticlericalismo de origen liberal.

Luego de la ocupación de Lima por los chilenos, muchos sacerdotes prestaron ayuda desinteresadamente en los hospitales de sangre de San Pedro, la Exposición, Santa Sofía, San Bartolomé y otros. Además, acudieron a la isla de San Lorenzo para auxiliar a los prisioneros peruanos que habían sido repatriados por Chile. En las siete parroquias de Lima (del Sagrario, Santa Ana, Huérfanos, Cercado, San Marcelo, San Sebastián y San Lázaro) se siguió prestando ayuda espiritual y sacramental a los fieles, pero, además de esto, unas 60 casas particulares obtuvieron permiso para tener misa en oratorios privados.

La política seguida por el gobierno chileno en los territorios ocupados intentó en 1901 reemplazar a los curas peruanos por otros de nacionalidad chilena, pero, al no obtener esto de la Santa Sede, se procedió a la expulsión de los clérigos peruanos de los territorios de Tacna y Arica. Los sacerdotes salieron de sus parroquias llevándose consigo a Arequipa los libros parroquiales. En un momento dado Chile no respetó la jurisdicción eclesiástica cuando pretendió crear una Vicaría General castrense en la zona en litigio, ante lo cual respondió Monseñor Mariano Holguín, obispo de Arequipa y responsable eclesiástico con autoridad sobre Tacna y Arica, poniendo en entredicho todos los templos de los territorios mencionados. Luego del Tratado de Lima de 1929, los clérigos peruanos pudieron regresar a las provincias de Tacna y Arica.

La Iglesia Católica ha sido participe de muchos de los eventos importantes de la historia del Perú. Esto se debe al gran apoyo que ha recibido de parte del estado Peruano en las diversas etapas de su historia, desde la Colonia hasta la República. En este blog intentamos compilar los datos resaltantes sobre lo que ha hecho la Iglesia Católica en el Perú y sus principales personajes desde su llegada a territorio peruano junto con los colonos españoles.

Fiestas Religiosas en el Perú actual

En el variado calendario de fiestas del Perú, país mayoritariamente católico, se destacan las celebraciones religiosas, en ellas se combinan elementos del antiguo Perú y de la cultura hispánica, por lo que adquieren una nueva y propia identidad, además de una rica variedad de manifestaciones.

La iglesia católica y la civilización andina

A la llegada de los españoles ocurre un choque de la religión. El catolicismo español fue para los peruanos, atroz. Los incas no podian entender como una religión puede justificar lo que los españoles estaban haciendo a su pueblo. (Españoles contra los incas y la caída del Imperio Inca by por Shannon N. White Shannon N. Blanco)

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